CrIsToFeNo


Cristofeno
(El hombre gordo que planchaba).

Todo empezó cualquiera de un día cualquiera, cuando estaba a las una menos cuarto en la ventana de mi habitación, fumándome un porro para relajarme un poco, antes de agarrotarme completamente para introducirme en un profundo sueño.
Me lo hice con tabaco de liar para que fuera más natural, y así subiera mas.
Un poco de maría y un buen prensado dio lugar a un magnifica forma de relajarse en diez minutos solitarios.
Cuando lo encendí, abrí la ventana para y la cortina, para que no se quedara el olor en la habitación. Como todas las noches, apague la luz de la mesita de noche y observe el expectante horizonte de fincas que me rodeaba.
Un fulgor azul, de una habitación, me confesaba que había alguien a la una menos diez observando la pantalla de su ordenador mientras una tía por Web-cam, hacia sus fantasías realidad. A mi derecha, debajo de una discreta luz de terraza, había una pareja de unos 60 años que se deleitaban mostrando sus cuerpos desnudos al mundo, o mejor dicho a la calle de abajo, y realizando el acto más natural que les había dado la vida. El acto sexual. Todo ello realizado entre risas de gozo y gemiditos de placer.
En cierto modo me daban envidia, no por la edad, por supuesto, pero si por lo que hacian, estaba mas de dos semanas sin haber hecho nada con nadie y me moría de ganas de rozar una piel, de sentir unas manos tocándome, un beso en la nuca, un suave mordisco en la cintura, un lametón en mitad del placer…
Segui fumando…
Y un cierto mareo inconsciente subía hacia mi cabeza. Entorne los ojos para fijarme en las otras cosas que me rodeaban. Una luz demasiado fulgurante brillaba al fondo de mi visión horizontal algún vecino que amablemente quería denotar que se le podia ver desde cualquier punto de aquella apacible oscuridad.
Y una finca mas a la derecha, se iluminaba una ventana con una luz amarillenta y a una figura grande y gorda de pelo rizado negro recogido en una coleta con dos vueltas. También llevaba unos pantalones de goma que rodeaban su ancha cintura.
Di otra calada…
No me fije bien, y al principio pensaba que era una mujer gorda, que portaba una camisa de color carne (como las de la s fajas), y que estaba planchando a la una menos dos minutos de la noche.
Di otra calada…
Me fije bien y vi sus sobresalientes pechos, con sus marcados pezones, y su gran barriga redonda y uniforme. Me quede a cuadros cuando me di cuenta del fruto de mi error. Un hombre fornido, semidesnudo, planchando a la una menos un minuto de la madrugada, para al día siguiente aparentar ser lo mas elegante posible y que la gente no supiera los pantalones bermuda tan horribles que llevaba en casa.
Di otra calada…
El mareo del humo seguía aumentando cada vez más en mi cabeza y más con la imagen que acababa de ver. Se que no es sorprendente que un hombre hiciera esas cosas, pero no se porque me ponía mucho… Supongo que denotaba algo su independencia masculina, por su parte, y eso me excitaba.
Di otra calada…
Movía el brazo delante y detrás como si se la estuviera machacando, y solo se me quitaba esa imagen cuando levantaba la camisa de posición para poder planchar otra parte de esta.
Supongo que me vio, porque no hacia mas que girarse hacia la ventana para observar en la oscura noche algún movimiento que le había parecido sospechoso.
Di otra calada…
Y el seguía moviendo su enorme brazo. Y yo imaginaba estar dentro de esa habitación, observando como se tocaba a si mismo.
Di otra calada…
Y seguí imaginando como el sudor recorría sus múltiples curvas, ya que esta noche no hacia precisamente frío. El sudor se repartía por su frente en forma de pequeñas gotitas que salían por los límites de ese pelo rizado.
Di otra calada…
Seguía observándolo como una idiota. No se porque lo estaba mirando, igual era por el empanamiento que me producía la droga, pero aun así me ponía muchísimo.
Di otra calada…
Y me fijé en que ya iba por la mitad del porro y sonreí de gozo al ver que esto no acababa más que de empezar.
Seguí mirándole…
Embobada hacia aquella ventana en la cual esta noche se concentraba todo mi deseo.
Me volvió a mirar. Era un juego de adolescentes, aunque los dos sabíamos que nos pasábamos la edad de sobra, al menos psicológicamente.
Di otra calada…
Y aquel gordito tan sexy me seguía mirando mientras planchaba sus blusas y camisas de falso rico.
Tuve deseos de averiguar donde vivía, e ir a por el. Pero era muy escandaloso para el silencio nocturno y para relajarme.
Di otra calada…
Mientras crecía mi deseo y fumaba, el me miraba y seguía planchando su ropa como si no le importara torturarme de aquella manera.
Y al cabo de poco se termino la fuente principal de mi drogodependencia, cuando al darle las últimas caladas se consumía, quemando mis labios, las ultimas caladas de aquel porro tan lleno de deseo. Me ardían los labios, pero no era de fuego, sino de un deseo, que no podía apaciguar, por lamer toda aquella piel llena de grasas saturadas y sudor.
Di la última calada…, y lo tire al vacío…
Me quede mirando aquella escena tan normal y a la vez tan sexual que me producía aquel desconocido personaje.
Embobada, empanada, concentrada solo en aquel movimiento continuo hacia delante y hacia atrás.
Aquella mirada, bajo el pelo me suplicaba “¡¿Por qué no me ayudas a terminar esto, maldita zorra?!”.
Y el calor se acumulaba en mi pecho, aceleraba mi corazón a ciento y pico pulsaciones por segundo y empezaba a jadear llena de LSD. Deseo, pasión.
Terminé apoyada, sin darme cuenta, en la repisa de la ventana, enseñándole el contorno de mis pequeños pechos a través de mi escote.
Él me miraba…
Se dio cuenta de lo que hacia. Mi único disfrute era distraerle, hacerle sucumbir ante mis virtudes de mujer, para que parara ante sus labores domésticas, y así demostrarle quien tenia, de verdad, el poder en aquella escena tan infantil.
Él me miraba…
Ahora con los ojos como platos al ver que me había quitado la camisa para mostrarle por enteros mis pechos y me los empezaba a masajear, contorneándolos con las manos y haciendo círculos alrededor de los pezones.
Él me miraba…
Y yo me excitaba, cada vez más. Aunque él no dejaba de planchar sus queridas camisas de lino seda y algodón.
“¡Maldita sea!” pensaba yo, no se “asusta” con nada.
El seguía mirando…
Un chico difícil, un reto, un reto, un planteamiento demasiado difícil, para una noche así. Y siguió con sus labores domesticas…
Empecé a tocarme, primero el vientre, donde y notaba el infernal calor y después seguí bajando hasta mi animal salvaje.
Comencé con el clítoris, y pude comprobar que no le hacia ninguna falta que lo lubricasen. El flujo vaginal ya empapaba mis dedos y cuando estuvieron a punto, los introduje en la vagina mientras con la otra mano seguía excitando al clítoris. Cerré los ojos y continué con la fantasía de encontrarme con ese falso rico que vivía delante que mía y que así pudiera a terminar aquel trabajo comenzado a tanta distancia.
Imaginé que me hacia comérsela hasta que no me cupiese mas de su polla en la boca, que me levantaba sin esfuerzo alguno y me follaba de pie, y que cuando el calor nos vencía y el sudor nos recorría a los dos, me tumbaba en el suelo y se ponía encima mío, mientras el excesivo peso de su cuerpo me aplastaba de tal forma que me costaba respirar, pero esa idea me seguía excitando.
Su sudor, ya excesivo, caía en forma de gotas por toda mi cara y él me sujetaba las manos, para que no pudiera que le la cara todo lo que proviniese de él.
Seguía imaginando, mientras me introducía los dedos en la vagina, que me cambiaba de postura, esta vez a cuatro patas. Cogía mis caderas con sus grandes y fornidas manos, y me presionaba la espalda hacia abajo para que todos mis agujeros estuvieran a su merced.
Imaginaba que cada vez me la metía con mas fuerza, que lo intentaba hasta metérmela hasta el fondo y que yo gemía como una perra, porque no podía moverme y porque aquello me gustaba tanto que no podía parar de disfrutar.
Seguí pensando todas las guarrerias posibles con aquel tipo desconocido. Sentí correrme de muchas maneras, gracias a las suaves caricias que me ofrecían mis húmedos dedos cuando los introducía dentro de mí y cuando me tocaban el clítoris.
Seguí imaginando a aquel tipo, que me parecía tan deseable aunque físicamente no me atrajera, a primera vista, lo mas mínimo.
Seguí imaginando que tuve uno de los orgasmos mas largos y mas intensos de toda mi vida y cuando lo recuerdo aun se me ponen los pelos de punta solo de pensarlo, y me estremezco.
Cuando abrí los ojos para descubrir al tipo, y seguir acosándole, vi que ya no estaba.
Solo había una luz que alumbraba la habitación que utilizaba para planchar. De pronto cruzo de una parte a la otra de la habitación, sonreí y
Él me miraba…
Apagó la luz. Entonces supuse que el espectáculo había acabado. Me dormí en un sueño profundo mientras mi cuerpo se volvía a agarrotar poco a poco, aunque yo lo sabia
Él me miraba…

A VLADI…

Comentarios

Entradas populares de este blog

Una de poemas eroticofestivos

No cuenta como infierno, si te gusta como quema