Relda el animal...


Dedicada a todos los que esperaban nuevas y largas historias.


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Sabía que no podía ser. Sabía que estaba prohibido, bueno prohibido no, pero mejor no hacerlo si no quería meterme en un buen lío. Pero ahí estaba, tentándome, la tentación misma en persona. Cada vez que hablaba, cada vez que escribía, cada vez que la veía, cada vez que la imaginaba...

Llegaba a depender de su imagen, de su forma de pensar...

Me encantaba oírla hablar o escribir sobre todo lo que pensaba.

La había encontrado por casualidad, una noche. Me la presento un amigo y empezamos a hablar. Estuve toda la noche hablando, sin ningún tipo de deseo ferviente de tirarme sobre ella, follármela e irme a casa. Supongo que también porque su pareja estaba no muy lejos de allí.

Quería escucharla, quería aprender qué era lo que más le gustaba, lo que más le excitaba, para conseguir, si algún día tenía la oportunidad, hacerle disfrutar lo que ningún otro/a hubiera podido hacerle.

Saber donde tocar para hacerle arder.

Nunca había conseguido congeniar, bien, con las personas, en general. Prefería la compañía de seres animales, simples, pero sinceros, ya que el resto de personas me parecían completos hipócritas que no respetaban los sentimientos de nadie. Ni siquiera los míos, que a pesar de mi ruda y salvaje imagen, los tenía, a pesar de que todo el mundo pensara que fuera insensible y de piedra.

Era la persona con más morbo que había conocido. El fuego le iba por dentro y a la vez tenía una burbuja protectora que te hacía sentir miedo de tocarla por si te quemabas.

Después de la noche que hablé con ella no supe nada más. No nos dimos teléfonos, direcciones ni nada similar. Simplemente se montó en su caballo y se marcho desapareciendo en la frondosidad del amanecer en el bosque donde terminamos hablando, y yo también desaparecí con el mísero presentimiento de volver a encontrarla.

Y al mucho tiempo, me llegó, una invitación a mi mail.

"Hola, soy yo. ¿Te acuerdas todavía de mi?"

Y después de un duro día de trabajo, me encendí, deseoso y ardiente de volvería a ver. Todos los pensamientos que había conseguido apaciguar, porque no había conseguido eliminarlos, resurgieron en mi mente volviendo imágenes como la de haber terminado de complacerla y complacerme yo también quedándonos tumbados sobre el lecho de pieles de la tienda, a la luz de las velas, mientras acariciaba, con la yema de la dedos, todo su cuerpo y conseguía erizados la piel, mientras recorría su espalda y su cuello con lametones y besos.

Volví a imaginarnos corriendo por los bosques como dos salvajes, buscando presas, mientras uno jugaba con el otro para perseguirnos y mordernos.

Me volví loco pensando en una posible despedida y que no volvería a notar el tacto de su suave piel rozando con mi cuerpo, mientras nos dedicábamos a hedonificarnos mutuamente. A no notar sus labios carnosos rozando y humedeciendo los míos con su picara lengua. A no poder disfrutar de su cálida entrepierna... Y me volvía loco sin haberlo probado todavía.

Quería mas de ella, de sus pensamientos imparables y espontáneos, de su tacto, de sus roces sin querer, de poder mirarla sin que se diera cuenta, de la independencia felina que la rodeaba, de su fuerza de loba preparada para matar.

Lo quería todo. Y por eso contesté a su mail de forma que no sospechara nada, de forma que creyera que me había olvidado de todo...

Conseguí llamar su atención como ella la mía. Manteníamos largas conversaciones en donde cada día me demostraba más su lado salvaje. Las ganas que tenía de salir de la ciudad y convertirse en un depredador como yo.

De vez en cuando surgía algún atisbo relacionado con el sexo, las camadas o las relaciones entre hombres y mujeres. Pero no necesitaba nada más que lo que ella sabía perfectamente que necesitaba y me iba dando con cuentagotas.

Un día quedamos y disfruté de su grata compañía mientras el resto de perras que la rodeaban aullaban por mí y yo les mostraba mi rotunda indiferencia. Conseguía distraerme, aislarme, pensar que me tiraría encima de ella en la terraza del bar en el que estuvimos, que empezaría a comerme esos labios, carnosos, siempre humedecidos, la cogería por detrás de la cabeza y ella gemiría cuando yo le dejara abrir la boca.

Que todas las personas de nuestro alrededor quedarían absortas por la escenita, y por la transformación de dos cuerpos humanos bellos en cuerpos de salvajes depredadores decidiendo unirse en gemidos, sudores y fervor. Y saldrían despavoridos a buscar a alguien que representara a la ley que nunca existiría para nosotros

Decidí, entonces, que debía parar de pensar, comportarme como un hombre normal y hacer como que la escuchaba.

- ¿Te encuentras bien?”.- me preguntaba… Pobre… no sabía el animal que tenía delante.

- Si, si. Solo estaba pensando en lo que decías.

Hacía mucho que no escuchaba a alguien que tuviera tantas cosas en común conmigo.

Al día siguiente estaba caliente, muy caliente, deseoso, excitado, más de lo normal. Me levanté sudado de la cama, había empapado las sabanas con el sudor caluroso que no había podido secretar con ella.

Fui al baño y me hice una paja para relajarme. Hacía muchísimo que no necesitaba tocarme por la excitación ¿Qué me estaba pasando?

Comí algo, y salí.

Se acercó el macho alfa de la manada de lobos que habitaba enfrente de mi casa, y cuando me quise dar cuenta estaba corriendo por mitad del bosque con el alfa a mi lado. Nos seguía el resto de la manada.

Seguimos surcando el bosque. El viento rozaba mi cuerpo, sudado por el esfuerzo, y enfriaba un poco el pensamiento enjuto de verla correr a mi lado, semidesnuda, con su melena ondeando por la brisa mientras daba sigilosos saltos para permitirme que fuera a su ritmo. Llegamos al lago. Me zambullí, y los lobos empezaron a aullar y a ladrar como locos. Cuando me dirigía a la orilla para salir, la manada huyó hacia el bosque y se perdió en las sombras de los bosques.

Cuando me giré sobre mis pies y miré, apareció una pantera negra que venía del bosque y se dirigió corriendo hacia mí. No me dio tiempo a huir, se abalanzó y me tumbó.

La tenía sobre mí, con las patas delanteras encima de mis hombros, me miraba fijamente con sus ojos verdes, me enseñó los colmillos, me bufó y se le erizó el pelo de la espalda mientras notaba como se introducían poco a poco sus garras en mi piel… creí que me iba a matar, y entonces empezó a ronronear.

Se le relajó la mirada pero no me dejó huir. Vi algo en sus ojos verdes que me resultaba familiar. Saltó por encima de mí y se fue detrás de la manada de lobos.

Extrañado, tumbado en suelo, con el dolor palpitante en los hombros, me levanté y volví a trote a casa.

Esa misma noche soñé que iba por el mismo bosque acompañado por la manada y llegábamos de nuevo al lago. Ella estaba allí, mirando hacia el lago y vestida con una blusa larga de cuadros, como si hubiese cogido una de las mías. Era el producto de mi obsesión.

Me acerqué sigilosamente. Desde la distancia podía oler su suave fragancia a tierra mojada, romero, lavanda, trigo y un sinfín de plantas aromáticas que se entremezclaban con el almizcle del olor de su cuerpo que tanto me excitaba y me hacía perder el control.

Estaba tan cerca que casi podía rozarla mientras me invadía con su olor. Noté que la manada desapareció. Solos ella y yo, y entonces empecé a oír un ronroneo. Me puse frente a ella, y sin duda era la emisora de aquel sonido. Tenía los ojos cerrados y cuando los abrió descubrí aquellos ojos verdes que horas atrás habían estado a punto de matarme.

Con un sutil movimiento me tiró al suelo, otra vez, y volvió a ponerse encima de mí demostrándome su fuerza.

Me sujetó los hombros con las manos y me empezó a besar, mientras se restregaba por encima de mi entrepierna como si estuviese empezando a metérsela.

Empezó a quitarse la parte de arriba de la blusa, dejando sus pechos al descubierto y cambió la posición de las manos posándolas al lado de mi cabeza. Se fue acercando más a mí y noté como la cálida piel de sus pechos se posaba en el mío. La rodee con los brazos acariciando su espalda y la apreté contra mí. Volvió a ronronear.

Me encantaba estar bajo el poder de aquella gatita. Me imaginaba que era ella, la pantera de la mañana, por el manto felino que la envolvía.

No sabía como lo había hecho, no la había visto, ni siquiera la había notado, pero ya me había desabrochado el pantalón y así pude notar mucho mejor todo el calor de su entrepierna y como se iba humedeciendo.

Dejó de besarme y empezó a repartir sus besos y a rozar su lengua por mi cuello, por el pecho, el vientre y más abajo…

Ahora sí que estaba excitado, y no la iba a dejar escapar.

Me cogió el miembro con la mano y empezó a acariciarme la punta con la lengua, poco a poco, rodeándola hasta que se la metió y continuó con movimientos hacia arriba y hacia abajo.

Me obligó básicamente a echar la cabeza hacia atrás para poder notarlo todo, sin el sentido de la vista, y cuando estuve a punto de correrme, paró.

Notaba la brisa fresca en la punta, y alcé la mirada para ver qué pasaba. Entonces volvió a ponerse encima mío y a rozar su entrepierna con mi miembro hasta que entró, y note calor, mucho calor que emanaba de mi, que emanaba de ella y que nos hacía comenzar a sudar.

Nos seguimos el ritmo, nos rozamos, sudamos, mordimos, actuábamos como animales salvajes o por lo menos como los animales salvajes que yo creía que éramos.

Y seguimos, con ronroneos, jadeos, gemidos, y cada vez más rápido. Bajamos el ritmo, me puse detrás de ella y se la metí por detrás mientras le cogía la cadera y la llevaba al ritmo que yo quería.

Cuando más adentro se la metía más gemía, y a la vez más me excitaba yo.

Vi que solo se apoyaba en un brazo y que con el otro se estaba tocando, acelerando el ritmo de sus dedos poco a poco. Lo podía notar por los pequeños golpecitos que notaba en el escroto.

Cada vez hacia más calor, cada vez teníamos más calor, cada vez nos excitábamos mas y surgían mas fluidos corporales de nuestra unión, cada vez íbamos más rápido, respirábamos más rápido gemíamos más rápido…

Note un cosquilleo bajándome por la nuca mientras notaba como ella contraía los músculos vaginales, se corría, humedeciéndome el miembro, cuando se lo metía y se lo sacaba, y se quedaba medio paralizada por la fuerza del orgasmo.

Y cuando ella gritó su último gemido, todo el cosquilleo bajó para adueñarse de mis genitales y ayudarles a expulsar todo el líquido dentro de ella.

Me paralizaba, poco a poco, sin fuerzas para continuar con el ritmo del principio. Se tumbó sobre la tierra del borde del lago para ayudarme a sacarla y poco a poco seguí su posición con mi cuerpo y me tumbé detrás, rodeándola con el brazo. Dándole calor. Volvió a ronronear cerrando los ojos.

Me dormí.

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Desperté. En el lago. Ya no estaba, pero su cuerpo quedó marcado en la tierra húmeda del lago.

Creí que había sido un sueño… parece ser que no.


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