QUINN
A pesar de la amenaza del mal tiempo, trabajamos toda la
mañana, pedimos una pizza para comer y seguimos trabajando por la tarde. Las cosas
que no quise acabaron en bolsas de basura y Quinn desarrolló sus ya portentosos
músculos llevándolas al contenedor.
Trataba de admirar sus músculos solo cuando no mirara y creo
que tuve éxito.
Pasar todo el día con él avivó cada vez mas mi llama. Llevaba
una camiseta de tirantes y unos vaqueros que me sorprendí preguntándome que
aspecto tendría sin ellos. Y no creo que fuese la única persona haciéndose conjeturas
sobre el aspecto de la gente desnuda. De vez en cuando notaba como me miraba,
por el rabillo del ojo, los pechos o el culo.
Aún así me quedo suficiente serenidad para encender una lámpara
cuando escuche el primer trueno en la distancia. Una lluvia torrencial se
apresuraba a llegar…
Luego volví a flirtear con Quinn sin pronunciar palabra (asegurándome
de que tuviera una buena perspectiva cuando cogía cosas de los armarios, o
cuando me agachaba a doblar ropa). Puede que una cuarta parte de mi se sintiera
avergonzada pero el resto se lo estaba pasando de maravilla.
La diversión no había formado parte de mi vida últimamente,
y me dediqué a disfrutar de mis pinitos en mi lado más salvaje.
Me volví con una sonrisa en los labios , para contarle que
dentro de poco podríamos saber algo de Amelia, para descubrir que estaba justo detrás
de mí, mirándome con una expresión inconfundible.
-
Dime que no quieres besarme, y me apartaré-,
dijo y me besó.
No dije una palabra
Cuando la diferencia de altura se hizo notable, se limitó a
levantarme en brazos y a colocarme sobre el borde de la encimera. Sonó un trueno
en la lejanía mientras separaba las rodillas para que se acercara a mí todo lo
posible y lo rodeé con las piernas. Me quitó la goma del pelo, proceso que no fue
muy limpio ni carente de cierto dolor, y deslizó los dedos por los enredos.
Me tiró del pelo con una mano e inhaló profundamente, como
si extrajera el perfume de una flor.
-
¿Te parece bien?- ronroneó, mientras sus dedos descubrían
el final de mi camiseta y se metían por dentro. Examinó mi sujetador con el
tacto y dio con una forma de
desabrocharlo en tiempo record.
-
¿Bien?- dije, aturdida. No sabía si quería decir
“¡Bien date prisa!” o “¿Qué parte de bien quieres que te cuente primero?”, pero
se lo tomo como una luz verde.
Su mano apartó el sujetador y con su mano empezó a rozarme
los pezones, que ya estaban bastante duros. Estaba a punto de estallar, y solo
la certeza de los momentos mejores que estaban por venir impidió que perdiera
el control allí mismo. Me retorcí ganando unos centímetros sobre la encimera de
la cocina, de modo que el bulto que sobresalía de sus vaqueros se apretara más
aun contra mí. Resultaba maravilloso lo bien que encajábamos. Se apretó, se
alejó y se volvió a apretar, golpeándome con el promontorio que formaba su pene
bajo sus pantalones en el sitio adecuado, tan accesible a través de la delgada
y elástica capa de mis mayas.
Una vez más, y grité, agarrándome a él el ciego instante del
orgasmo, durante el cual podía jurar que fui catapultada hacia otro universo. Mi
respiración era un jadeo, y me enrolle a él como si fuese mi héroe.
En ese instante, ciertamente lo era.
Seguía moviéndose contra mí buscando su propio desahogo, ya
que yo había tenido el mío de forma tan altisonante y atípica. La lamí el
cuello mientras mi mano bajó entre los dos, y lo masturbé sobre sus pantalones.
De repente lanzó un grito, tan entrecortado como había sido
el mío, y sus brazos se estrecharon a mi alrededor convulsivamente.
-
Oh, Dios- dijo. -¡Oh Dios!.
Con los ojos cerrados a merced del alivio, me beso en el
cuello, la mejilla, y los labios una y otra vez.
Cuando nuestras respiraciones se tranquilizaron un poco me
confesó
-
Cielo no me corría tan bien desde los diecisiete
años en el asiento trasero del coche de mi padre.
-
Eso es bueno- murmuré.
-
Y tanto.
Permanecimos enganchados durante un rato, y me di cuenta de
que la lluvia golpeaba las ventanas y las puertas mientras los truenos
estallaban. Mi mente estaba pensando en cerrarlas y echarnos una pequeña
siesta, apenas consciente de que Quinn también llevaba esa deriva mientas me
abrochaba el sujetador de nuevo y me cogía del borde de la encimera por el culo
mientras me daba un beso y me llevaba en volandas a la habitación para acabar
en la cama de sabanas negras de teda para terminar dormidos abrazandonos.
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