Gris, casi negro...


La ciudad se vuelve gris, gris casi negro. Producido por unas nubes que no han dejado ver el sol en mas de 3 días, y que continúan concentrándose en toda su extensión por el viento que las empujaba, impasible, hasta que con un poco de suerte y algo de frío, se condense su materia gaseosa y empiecen a correr potentes torrentes de agua, que mojan entero el cuerpo, aunque lleves ropa, y te limpia el alma de todas esas pesadas cargas que portas durante el día. Y continúan inundando las calles de la ciudad, de los pueblos… cayendo tal cantidad por metro
cuadrado que destruye casas, edificios y todo lo que se halle a su paso.

Sonríes.

Sabes que el poder de la naturaleza es imparable, y sobre todo el del agua.

Sigues viajando, en un coche, junto a mí, mirando indiferente la carretera. Me giro hacia la ventana y sigo viendo el espesor que rige todo el cielo de negro, y sonrío al saber que si me giro estarás ahí.

Sales por el carril de deceleración. Unos kilómetros mas y llegaremos a nuestro destino.

Silencio. Pensamientos impuros. Deseos no cumplidos. Todo se acelera en mi mente, casi como un deseo mas… empieza a llover.

Se pone en marcha el parabrisas, y borra las primeras huellas de las gotas. Sales de la carretera asfaltada, por la derecha, y entras en el camino de tierra.

Aquella visión, inolvidable, para cualquier animal salvaje. Un camino mojado, lleno de piedras y bordeado de pinos y abedules tan altos y frondosos que solo dejan pasar resquicios de luz, y en sus bajos, toda la tierra llena de arbustos carios donde hay una selección excelente de hierbas infusivas con las que curar toda clase de males, interiores y exteriores, del cuerpo.

Necesitaba volver allí, sentir el olor fresco de la naturaleza mojada. Cierro los ojos, y por el aire que entra en el coche del exterior, noto sutilmente la humedad verde que inunda el bosque cuando llueve…

La lluvia se vuelve más fuerte, se nota el aumento de la celeridad cuando chocan los gotarrones encima de la chapa metálica del coche. Giras a la derecha otra vez y llegamos al claro.

Salimos del coche.

Al cerrar las puertas nos quedamos cara a cara, cada uno a un lado del coche.

Las gotas nos mojan la cara.

Sonreímos.

Corriendo nos desvestimos para poder ir mas ligeros. Terminas antes. Saltas por encima del coche, tirándote encima mia y me besas fervientemente, con pasión salvaje, metiéndome la lengua hasta que no cupiese mas.

Cierro los ojos. Siento el placer.

Paras.

Me miras, y sales corriendo en dirección al bosque, con algo que sutilmente te sujeta y a la vez te tapa la entrepierna.

Me incorporo un poco para observarte.

¡Maldita sea, siempre haces igual!

Me levanto, cojo mis collares tótem de dentro del coche, me los pongo para que cubran mis pechos y salgo corriendo detrás de ti.

Cuesta muy poco alcanzarte cuando vas a trote mientras yo voy por la parte alta de los árboles y entre sus ramas.

Te observo. Tan tranquilo… ni siquiera me has oído llegar.

Noto cada gota caer sobre mi cuerpo. Es una suave sensación que cae desde las hojas de los arboles. Una brisa fresca y suave se cuela entre los árboles, choca contra mi cara y enfría las
gotitas que la cubren.

Olfateo el olor a lluvia.

Notas algo, y antes de que gires la cabeza hacia arriba y me puedas descubrir, ya he saltado encima de ti, para que no te escapes.

Sabes estupendamente a una mezcla de sudor, agua de lluvia, tierra y calor.

Me respondes igual. Me rodeas con los brazos la espalda. Me la acaricias. Sabes que me encanta.

Me coges la cabeza u me vuelves a besar.

Las gotas caen entre nuestras caras. Cierro los ojos para sentir la salvaje visión.

Noto el calor que desprendes, noto tus manos, noto tu pulso acelerado, tu lengua, tus labios y la rauda respiración.

Me excito. No debo. Tenemos que llegar y está oscureciendo.

Paro. Y salgo corriendo hacia el centro del bosque.

Te gusta la picardía, y mi venganza.

Te veo sonreír por el rabillo del ojo, levantarte y salir corriendo detrás de mí para alcanzarme.

Intentas abalanzarte un par de veces sobre mí, pero acelero. Sé que tenemos que llegar. Allí será todo mucho mejor. Un último salto. Por fin. Delante se abría paso el lago del centro del bosque, tranquilo normalmente, hoy turbado por el torrente de lluvia que se había ido concentrando durante rodó el día.

Noto como te abres paso entre los árboles y llegas a mí. Me rodeas por detrás con los brazos. Cálidos por el esfuerzo. Me besas el cuello. Me giro. Y te respondo con la misma fuerza, enganchándome a tu cuello y apretándote contra mí.

Me aparto y los dos vamos hacia el agua.

Nos zambullimos.

Bajo el agua, con los ojos cerrados, segundos antes de emerger, noto tu presencia por las burbujas que recorren mi costado, y notaba la tormenta que caía sobre nuestras cabezas por las gotas que se incrustaban con fuerza en las aguas de la laguna. Noto tu mano cogiendo el brazo para subir a la superficie y me encuentro con tu cara. Las gotas siguen cayendo con fuerza sobre la piel y por debajo noto como me acercas hacia ti. Te rodeo el cuello con los brazos y acercas tu boca a la mía.

Tu lengua cálida, aumenta el deseo salvaje que habíamos incubado por toda nuestra carrera en el bosque. El agua hervía a nuestro alrededor. Los animales acuáticos huían de nuestro lado. Y tuvimos movilidad absoluta.

Nos acercamos, entre roces y mordiscos, a la roca central de la laguna mientras los rayos iluminaban enérgicamente el cielo, produciendo sonidos grutales que hacían temblar el suelo.
Subimos a la roca y te tumbé sobre ella, colocándome encima tuyo sin darte otra opción. Puse los brazos a los lados de tu cabeza, cogiste la mía y me besaste con pasión mientras bajabas tu tacto por la espalda para terminar cogiendo con fuerza las nalgas imitaras el movimiento del acto.

Otro rayo iluminaba el cielo mientras te cogía el cuello y te alzaba para quedar sentados.

El sudor de nuestras pieles era arrastrado por la fuerte lluvia. Me apretaste mas contra tu miembro, que ya estaba erecto, y prisionero, cosa que me ponía mucho más, y el movimiento hacia delante y hacia atrás hacía que me humedeciera cada vez más. Era difícil notarlo con la que caía.

Con sutileza, apartaste lo que cubría tu miembro y noté como tu calor se fundía con el mío en un intercambio de fluidos.

Un rayo iluminó el cielo de nuevo mientras introducías el deseo entre mis piernas y conseguías estremecerme con tus rudas y salvajes acciones.

Un rugido grutal siguió haciendo vibrar el cielo y la tierra mientras la metías y la sacabas. Las gotas caían por mi espalda y en contra posición tu mano subía por ella, para detenerse en la mitad y con la otra hacer que me contornease hacia atrás haciendo que mis pechos quedaran a tu merced.

Los collares tótem caían entre ellos, y mientras continuabas con el movimiento de fricción acercaste la boca a mis pezones y comenzaste a lamerlos, succionándolos, mordiéndolos, haciendo que miles de escalofríos se repartieran desde mi pecho y mi clítoris por todo el cuerpo.

Un cosquilleo comenzó a recorrerme las nalgas, extendiéndose por las piernas, subiendo a la vez por la espalda hasta subir a mis pensamientos, dejándolos completamente en blanco para estallar en un orgasmo tan fuerte como la luz de los rayos que se producían, tan profundo que me encerraba dentro de mí y me impedía moverme voluntariamente, generándome espasmos contractivos.

Me miras, lo sé. Lo vi en la milésima en que abrí los ojos para darme cuenta de lo que pasaba.

Sonríes, sabes muy bien lo que pasaba, me lames los pechos y continúas hasta mi cuello. Noto cada una de tus papilas rozándome la piel. Cierro los ojos una vez más. Te aceleras, y mientras los haces me tocas en un punto en el que cada vez que la vuelves a meter haces que me corra otra vez. Sigues. Más rápido. La fuerza de tus manos se incrusta en mi cuerpo cuanto más aceleras.

Abro los ojos y los cierras tú. Gimes y tu movimiento se ralentiza. Quieres continuar y no puedes.

Sonrío, sonríes.

Te acercas más y apoyas la cabeza en mi pecho, notando nuestros acelerados corazones, por culpa de la emoción, el esfuerzo y la transformación del cuerpo en instinto animal.

El abrazo dura, seguramente un momento, para nosotros una agradable eternidad, en la que agacho la cabeza para refugiarme en el calor de tu cuello.

Sigo notando las gotas por mi espalda.

¡Qué sensación tan agradable!

Cuando terminamos nuestro refugio animal, nos zambullimos de nuevo para poder salir.
Nos sacudimos como perros, y el pelo mojado y ondulado me cae por los hombros y por el pecho.

La atracción sigue siendo tan fuerte que el instinto es imparable… viniste hacia mí y caímos suavemente en el suelo mientras me besabas y me acariciabas todos los rincones de mi cuerpo, una vez más.

Mis manos recorrían tu cuerpo notando cada uno de tus músculos y tu fuerza, una vez más, ya que no sabía nunca si sería la última.

Nos levantamos y salimos corriendo de nuevo a través del bosque.

Corriendo entre los troncos, mientras las ramas más frágiles de los árboles se enredaban en nuestros cabellos.

La brisa y la lluvia seguían chocando con velocidad en nuestras caras y cuerpos y la sensación de libertad era majestuosa.

Llegamos al coche, nos quitamos algo de tierra, nos vestimos y volvimos a la civilización, muy a mi pesar.

Hoy es otro día gris, gris casi negro, con más nubes que impiden ver el cielo, y no dejan salir al sol.

Sentada en un sillón junto a la ventana, veo llover a cantaros en la calle. Solo espero una llamada, para salir y disfrutar de la lluvia una vez más.

Solo una llamada…

La tuya.

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